Maravillas esperando en los Archivos

El  domingo veinticinco de octubre del 2010 en un periódico de tirada nacional aparecía en el apartado de ciencia la gran noticia del hallazgo de unas cartas científicas por el matemático, académico y profesor en la Universidad Complutense de Madrid, Don Ildefonso Díaz, en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

Los antecedentes históricos de la Real Academia de Ciencias comienzan en 1582, durante el reinado de Felipe II cuando se crea la Academia de Matemáticas de Madrid, antecedente de la moderna Academia de Ciencias. La idea de la fundación de la Academia de Matemáticas partió de Juan de Herrera, que fue también su primer director (1583 – 1597), fechada su fundación en Lisboa, por cédulas despachadas el 25 de diciembre de 1582, la Academia comenzó a funcionar en octubre del año siguiente en dependencias del Alcázar Real y poco después en un edificio propio dónde hoy se ubica el Teatro Real. Este proyecto y la Academia se hundieron con Ensenada en su caída en 1754. Hubo que esperar al 7 de febrero de 1834 para que se produjera un nuevo intento: el decreto de creación de la Real Academia de Ciencias Naturales de Madrid, que, trece años después fue suprimida al otorgarse el Real Decreto de creación de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, el 25 de febrero de 1847. Desarrolló su primera andadura en varios alojamientos hasta llegar en 1897 a su sede actual en el edificio de la calle Valverde números 22 y 24.

 Edificio actual Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

Imagen del edificio actual de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

Las cartas son manuscritos originales de una decena de académicos firmadas nada más y nada menos por Michael Faraday, Carl F. Gauss y Alexander Von Humbodt agradeciendo sus nombramientos como miembros de la Real Academia de Ciencias,  estas personalidades como cuenta Ildefonso Díaz, “son los grandes del siglo XIX , los motores de la ciencia, son los nombres que aparecen en los libros de bachillerato y en las calles de París”.

El hallazgo se realizó como suelen ser encontrados estos valiosos tesoros, por casualidad, según cuenta el señor Díaz eligió al azar un rincón por donde empezar la exploración en el edificio de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en la madrileña calle de Valverde, primero encontró informes acerca del primer mapa completo de España y al final de un legajo estaba el tesoro que perseguía, puesto que, su intuición le había llevado hasta allí.

Casi todas las cartas están escritas en francés que era el idioma científico de entonces excepto la de Faraday y Brown, redactadas en inglés.

 Carta enviada por Gauss

Copia de la carta de agradecimiento enviada por el gran matemático Gauss y cedida amablemente por el señor Ildefonso Díaz

 

 

La búsqueda del señor Díaz que acabó en la buhardilla junto a la bibliotecaria, Leticia de las Heras y al encargado de la secretaría y del Archivo,  Juan Carlos Caro, había comenzado diez años antes, cuando Ildefonso Díaz cayó en la cuenta, que en el proceso de entrar en la Academia conlleva una correspondencia, una aceptación, un proceso que era seguro que estuviera reflejado en el Archivo. No se equivocaba y aunque como comenta Juan Carlos Caro, no se ha completado la digitalización del Archivo por falta de medios y de personal, como ocurre desgraciadamente en casi todos los Archivos, la búsqueda de estas cartas de grandes científicos dio un resultado fructífero.

Los responsables de la biblioteca y del Archivo de la Real Academia de Ciencias, aunque contentos con el hallazgo comentan que hay multitud de documentos tan o más interesantes que los encontrados por el señor Díaz a disposición de los académicos, existen expedientes desde 1847 y aunque están ordenados con rigor los contenidos no están descritos por la falta de personal tan acuciante que existe en el Archivo.

Una vez más se unen las renombradas y en ocasiones denostadas “ciencias” y “letras” para dar como resultado  el encuentro fantástico de dichos manuscritos, que nos permiten observar las caligrafías de los grandes matemáticos, las normas de educación y protocolo de la época y un largo etcétera que forma parte de las apreciaciones personales e individuales de cada uno.

Si se trabajase a pleno rendimiento en cualquier Archivo nacional, desde los municipales a los privados, me refiero a personal cualificado y medios, no cabe la menor duda de las grandiosidades que se hallarían, es más, incluso, a lo mejor, cambiaría el rumbo de la historia, afortunadamente poco a poco se consiguen descripciones más completas de la documentación, gracias a que las autoridades competentes se van dando cuenta de ello y se contrata aunque todavía con cuentagotas, más y mejores archiveros.

Este hecho sirve de ilustración y ejemplo de las maravillas que están esperando ser descubiertas en nuestros Archivos, que nosotros como archiveros por el trabajo diario que se genera en cualquier Archivo no podemos “encontrar” aunque sí realizamos su descripción pero que cualquier investigador, con curiosidad e ingenio, podrá llegar a estos tesoros; En cualquier momento pueden aparecer de la forma más sencilla y encontrar en nuestra vocación el refugio, reconocimiento y difusión que dichos hallazgos, sean de la envergadura que sean, se merecen.

Cristina Cabornero Herrero

Archivera Municipal del Ayuntamiento de El Molar, Madrid